El episodio especial de Navidad de la serie Euphoria de HBO me ha hecho ver con especial claridad un aspecto central de nuestras vidas que no solo aparece tantas veces soterrado o escondido, sino que además, y esto es lo que desenmascara el capítulo, su omisión aparece tantas veces como virtud, y sin embargo es la gran causa de la inmadurez y sufrimiento: lo que en nosotros no nos cuadra.

Tratar de ocultar o disimular este descuadre impide la aventura de la vida, entendida en su más amplio sentido no solo de recorrido personal sino también, como bien hace notar de modo agudo y brillante nuestro amigo Antonio García Maldonado en su reciente ensayo ‘El Final de la Aventura’, como contribución al ensanchamiento de los horizontes colectivos.

Mis amigos y yo vamos desde hace 25 años todos los viernes por la tarde-noche a un poblado marginal de la droga a las afueras de la gran ciudad a dar de cenar y amistad con los drogadictos que ocupan y malviven allí. Ese córner escondido de nuestra sociedad está precisamente generado por este factor humano que también nosotros tratamos de ocultar: lo que no cuadra. El mero hecho de ir allá y educarse en vivir sin taparse los ojos delante de este tremendo sitio, el hecho de poder hablar un rato y romper el aislamiento de este mundo marginal que no ha sabido disimular tan bien como lo hacemos nosotros tantas veces lo que no nos cuadra, es ya un grandísimo factor educativo para la vida, pues, efectivamente, es un sitio donde sin redención y sin perdón no hay posibilidad ninguna de salir, no hay marcha atrás. Sólo el que descubre esta puerta, la puerta del perdón y de la misericordia, es capaz de salir del infierno donde se encuentra encerrado. El mismo infierno existencial en el que nos encontramos tantas veces por el mero hecho de vivir de espaldas a eso no nos cuadra.

Posiblemente la consecuencia más importante de no poder mirar de frente en nuestras vidas esto que no nos cuadra es la separación que hacemos cuando alguien no entra en nuestros esquemas tal y como queremos. Podríamos afirmar teóricamente que el otro es un bien y que es un recurso valioso, pero cuando el prójimo se mueve de una manera que no habíamos previsto, que no nos cuadra, lo machacamos alejándonos de él, tomando distancia y evitando cualquier contacto, salvo los estrictamente indispensables. Cuántas peleas y discusiones familiares, políticas, laborales, religiosas, deportivas o de amistades se fundamentan en esta tremenda fragilidad de soterrar y mirar para otro lado a lo que no nos cuadra. Lo que no nos cuadra, primero del otro, y, por pura coherencia mental, luego con lo que no nos cuadra de nosotros. No hay un solo drogadicto que esté acompañado. Todos solos, porque ya no puede compartir con el otro la parte que a él mismo no le cuadra, más aún después de haberse escandalizado, incluso pública y socialmente de lo que no cuadra del otro.

Y, sin darnos cuenta, en este proceso de ausencia de perdón, es más, donde el perdón es un tremendo defecto de los débiles y pordioseros, nos separamos de nosotros mismos y de nuestras convicciones, haciendo de todo lo que tocamos, familia, trabajo, religión, amistad, un desierto árido para nuestro corazón que ya no se alimenta de todos estos ámbitos, porque le hemos cortado la savia que lo hacía revivir.

Por eso lo que no cuadra nos parece tan importante y descubrimos de nuevo un aspecto educativo central en una obra tan pequeña e insignificante como Bocatas: saber mirarlo a la cara, reconocerlo en nosotros mismos y en los demás y estar contentos cuando lo hacemos. Porque entonces nos reconocemos juntos de nuevo, con esa ternura profundamente humana que supera cualquier otra unión por perfecta que creamos: efectivamente es en la debilidad, y no en los aciertos y en la perfección, donde más podemos salir unidos.

La potencia que tiene la misericordia y el perdón no tiene ningún parangón con ninguna otra fuerza de este mundo. Tal vez desde aquí sea más fácil reconocer qué es la Navidad: nuestro Dios creador, que se da cuenta de lo que no nos cuadra, viene él mismo en persona a abrazarlo. Solo así, en este abrazo, nosotros cambiamos, nos convertimos de corazones de piedra a corazones de carne, y podemos reproducir y extender esta ternura y misericordia tan divinas y tan profundamente humanas. Sin esto, nada se renovará. Ni nuestras comunidades ni nuestras sociedades.

Por este factor podemos evaluar, sin riesgo ninguno a equivocarnos, la estatura y calidad humana de un lugar, cualquiera que este sea: un matrimonio, una casa, un grupo de amigos, un lugar de trabajo, una empresa, una asociación, una comunidad religiosa, una sociedad o una ciudad.

Hay que caer en la cuenta de cuánto discurso estéril genera dentro de las comunidades la distinción que hacemos entre los unos, puros y buenos, y los otros, malos e impuros. Se incurre en un abultado error de prospectiva tan extendido en nuestro mundo de hoy: confundir el propio ombligo con el mundo.

El capítulo de Euphoria concluye con un diálogo precioso: “No quieres formar parte de eso porque te importa lo esencial de la vida. Obviamente te dan igual las cosas triviales como tener razón o cabrearte. Solo sirven para matar la curiosidad y evitar que reflexionemos. Antes lo has dicho. Me gusta hablar contigo. Hablamos de cosas de verdad, importantes”.

Con esto, la revolución está servida.

Jesús de Alba – Páginas Digital (05/06/2020)