El pasado miércoles, al volver de la universidad, escuchaba la letra de una canción que me había aparecido en Spotify. Tenía un verso capaz de transmitirme un deseo que me persigue en mi día a día: «You know there´s got to be something better» («sabes que tiene que haber algo mejor»).

Y sí, algo mejor tiene que encontrarse cuando nos paramos a observar la realidad con los ojos abiertos de par en par.

Este «algo mejor» nos transporta inmediatamente a una experiencia de la vida REAL mediante la cual, tras haberla experimentado de manera viva y con los cinco sentidos, nos vemos llamados por algo que sobrepasa nuestros límites, como esa sensación que nos suele atrapar naturalmente, de que cada día es una especie de «día de la marmota» por el que nada merece la pena y en el que nada hay de interesante en esa realidad que tenemos dada.

Pues bien, por paradójico que suene, ese «algo mejor» se encuentra en esa misma realidad por la cual a veces sentimos esa continua repetición y sufrimiento, a la cual no encontramos en repetidas ocasiones razón. La realidad se puede vivir de distinta manera, mediante lo que podemos llamar el sentimiento de lo real, el acogimiento de la realidad tal y como es, ese sentimiento que nos toca cuando salimos de la comodidad de vivir como si la vida fuese un juego o una película que siempre tiene que ser agradable y entretenida, y allí me encuentro con que lo que me rodea me quiere decir algo, transmitirme algo, o incluso llamarme a algo.

Hoy, 14 de noviembre, precisamente, vuelvo de un día cargado de emociones y de miradas de rostros que me provocaban esa llamada de la realidad a un sentido de algo que va más allá de mí, y era la Belleza de la experiencia de comunidad, el encuentro con lo que a primera vista es lo más ajeno y sorprendente para nosotros (vagabundos, personas de toda nacionalidad y religión, voluntarios cada cual de su padre y madre…). Algo ajeno, pero también algo tremendamente cercano, que era ese vivir un momento con los más necesitados, con su aspecto de haber llevado una vida llena de dureza, desgracias y desventuras, pero al mismo tiempo con una sonrisa de oreja a oreja por el instante que compartían con todos los que estábamos allí presentes: familias de inmigrantes que habían caído en la desgracia de tener que vivir en la calle, personas en situación de exclusión social, monjas misioneras que se sentaban en las mesas con aquellos que no se podían acercar el tenedor a la boca por sus propios medios, marroquíes prácticamente recién llegados a España (cada uno con su situación particular), africanos, estudiantes de diversas asociaciones de voluntariado, jubilados y diversas personas que no pude llegar a conocer. Todos reunidos con el gran sentimiento y la vitalidad de acogernos los unos a los otros con una alegría sostenida al vivir un momento tan provocador como éste, el de la fiesta DE TODOS.

Entre todas las cosas que ocurrieron, una de ellas fue una frase que pronunció un hombre llamado Mauricio. Cuando cogió el micrófono, dijo en voz alta: «¡Recordad que esto de entregarnos es para todos los días!». Entregarnos más allá de toda polarización ideológica, más allá de la miseria y las penas que cargue cada uno por la experiencia de vida y, sobre todo, recordando que la única manera de poder vivir felices y de observar y participar intensamente en la realidad es en comunidad, acogiendo el rostro del otro.

La filósofa Simone Weil, en una de sus obras titulada Intuiciones precristianas escribió en un párrafo algo que describe tal cual lo que se notaba entre todo el panorama que cualquiera calificaría de surrealista, si no lo hubiese visto en primera persona:

«Obsérvese que en el Evangelio, si no me equivoco, no se habla jamás de una Búsqueda de Dios por parte del hombre. En todas las parábolas es Cristo quien busca a los hombres, o bien el Padre los pone en su camino por medio de sus siervos. Y hasta puede que un hombre, de modo azaroso, encuentre el reino de Dios, y entonces, pero sólo entonces, lo venda todo».

Tommy