El viernes pasado estuvimos en Bocatas Milán. Un amigo italiano que venía por primera vez nos escribió después este mensaje:

«Quería compartir contigo estos pensamientos que se agolpaban en mi mente mientras volvía en metro a casa.

Me ha impactado mucho uno de los voluntarios, Carlo. Me impresiona la sencillez de su modo de relacionarse, cómo entra tan fácilmente en contacto con la miseria, cómo la toca físicamente, sin forzar, sin asco, con naturalidad. Una mano en el hombro, un abrazo a ese hedor a vagabundo y a alcohol. No le importa, es una conversación natural, como si fueran padre e hijo, como si se conocieran desde hace tiempo. Una broma, una palmadita en la espalda. Un gesto tan natural que parece faltar el pensamiento: es pura naturaleza.

Yo, que me enredo y busco razonamientos en mi mente («ese chico no puede dejar de beber”, «no es así como funciona el tratamiento de la adicción al alcohol”), y mientras él se esponja con él por entero, le toca el brazo, la cara, los hombros, prácticamente como si fueran uno solo. Claro, tiene una disposición natural a tocar, a mí no se me ocurriría tocar el cuerpo de otra persona, para ello hace falta permiso. Así es como él transmite el calor humano, con contacto físico.

Puede que el vagabundo no deje de beber, pero en ese momento hay un amor puro, sin maquillaje ni engaños. Mi mirada queda atrapada por esa fuerza de la naturaleza: el amor fraterno. Es un puñetazo en el estómago; es lo que siento que no logro hacer en mi trabajo; me doy cuenta de que tenemos dos papeles diferentes ante el sufrimiento, dos responsabilidades diferentes. Necesito volver a lo básico, a lo natural, a la carne, a algo que te hable desde las entrañas y a las entrañas» (Tommi, 26.8.2022)