Existe hoy día dentro del debate eclesial algo que planea pero a lo que todavía no se le ha puesto nombre, tal vez por lo reciente del escenario en que nos encontramos.

La novedad del escenario eclesial surge principalmente por la figura profética, a mi modo de ver, del Papa y las fuertes medidas que está introduciendo. Muchos quieren ver un Papa que no ama ni quiere a los diferentes grupos y movimientos eclesiales. Otros, los menos, pensamos que estas sanas medidas son consecuencia de su profunda experiencia y del amor infinito que tiene a su Iglesia. Con ellas no quiere otra cosa que evitar ahogamientos y muerte por falta de oxígeno.

El tiempo dirá pero da la impresión de que este Papa es incomprendido por haberse adelantado unos cuantos años al diagnóstico de la Iglesia y del mundo y estar, por tanto, unos cuantos pasos por delante nuestro. Siempre ha sido así en la historia de la Iglesia y de la humanidad: se crece con puntas de lanza que rompen y rasgan lo común, mediocre y conformista para reproponer con toda su fuerza lo humano. Luego, con el tiempo, la conquista de unos pocos beneficia a todos y se hace patrimonio común.

Lo que parece estar debajo de las últimas medidas organizativas del Papa como la limitación a diez años de los cargos de los grupos, la repulsa a que el carisma de un grupo sea solo y particular para ese grupo y se pueda heredar en una persona nombrada por el fundador su sucesor, y otras medidas organizativas, parece que tienen un sustrato común que todavía apenas se ha podido enunciar.

El Papa, desde su atalaya,  se está  percatando de que en muchas realidades eclesiales se está haciendo pasar como católico algo que no es más que puro mundo y a lo que llama «mundanización» de la Iglesia. De esta mentalidad, que tiene muchas aristas y matices, emana un perfil humano que produce nuestra increíble sociedad del bienestar: el narcisista. Un individuo totalmente centrado en sí mismo y que excluye al prójimo que discute y no acepta a pies juntillas sus propuestas. Cristo y Dios desaparecen del centro. El Papa lo llama descentralizar el carisma.

Las consecuencias son devastadoras porque en cuanto lo divino es abandonado por la Iglesia, el hombre abandona sin remedio la Iglesia. Se genera un gran desierto tanto en el mundo como en la Iglesia, deja de haber atractivo y ya solo quedan las consabidas tácticas del palo – zanahoria tan extendidas en los regímenes políticos autoritarios de todos los tiempos. ¡A cuántos amigos les han dicho: «Si te vas del grupo, te vas a condenar»!

Es extraño que solo el Papa haya hecho consciente este proceso entre los responsables y dirigentes de Iglesia y esté dando la lucha para corregir tales excesos. Es un milagro su valentía. El milagro del que viene de las periferias y ve la verdad de modo sencillo y transparente. Solo una gracia, tal vez la gracia Petrina, es capaz de desatar este proceso.

Cuando los dirigentes y responsables hablan de Cristo para referirse al modo en que ellos han vivido y con los que han vivido sin hacerse cargo ni acoger el modo con el que Cristo presente sigue haciendo, se podría hablar entonces de la privatización de la Iglesia, de la reducción de la Iglesia a un club (club de fans de menganito o fulanito).

Y ese parece el diagnóstico del Papa en muchos de los grupos y movimientos de la Iglesia de hoy: responsables mediocres que buscan solo el aplauso, con total ausencia de criticidad, totalmente autorreferenciales y que excluyen a personas fuertemente tocadas por el Espíritu que son siempre incomodísimas a los esquemas montados. El ciudadano en el mundo y el feligrés en la Iglesia no son más que un residuo del sistema.

Por otro lado, pese a lo increíble y lo novedoso de la tesis, nada nuevo bajo el sol. Fue la religión con la que se encontró Cristo y antes, en el Antiguo Testamento, con lo que continuamente se encontraba Dios dentro del pueblo de Israel, su pueblo escogido.

Espero que este artículo sirva para ponerle nombre y conciencia al problema para poder responder mejor a él.

Iglesia o Clubs. Este Papa lo tiene claro. Gracias Santidad. Dios le bendiga.

Chules, La Voz de Córdoba, 28/10/2022