Se puede estar hablando de Cristo y en realidad estar potenciándose a uno mismo minusvalorando al prójimo
Hay ideas o posturas que son penúltimas o ambiguas porque al afirmarlas no se sabe si son verdaderas o no. Uno de los ejemplos más evidentes e increíbles es el de Cristo.
Cristo sabía también que su nombre se iba a utilizar también así, de forma ambigua. Él mismo lo dijo: “No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi padre celestial” (Mt 7,21).
Conviene entonces dar unos pasicos hacia atrás para poder descubrir si nuestro pensamiento sobre un tema concreto es moral o no y por qué pensamos así. Si estamos dispuestos a interrogarnos y hacer este ejercicio nos conoceremos mil veces más que si acudimos directos a las personas y lugares donde ya sabemos que nos van a aplaudir porque piensan igual que nosotros.
En este proceso de ir hacia atrás, leer la prensa es un ejercicio sanísimo porque encuentras a gente que ya ha pensado antes que tú y que, aun viniendo de caminos y tradiciones culturales totalmente diferentes, refleja lo que tú tenías en la cabeza, pero eras incapaz de traducirlo al lenguaje comprensible. Así en uno de los suplementos del periódico El País llamado Ideas un tal Sergio C. Fanjul dice sobre la sociedad en la que vivimos:
«Hay numerosos elementos en la sociedad que parecen conspirar para hacernos sentir constantemente evaluados, juzgados, vigilados, comparados; elementos que pueden hacer mella en nuestra autoestima y hacernos sentir inseguros. En el capitalismo, la competencia y la ambición son cualidades muy bien vistas y recompensadas, tanto individual como colectivamente. Pero esa competencia que rige las relaciones de mercado no se limita a las transacciones comerciales o de negocios».
«Es una característica definitoria de la vida cotidiana —explica en otro artículo la socióloga Kathleen Lynch, profesora emérita del University College de Dublín y autora de libros como Care and Capitalism (Wiley, 2021)—. Las personas viven en un estado constante de competencia, no solo en términos de riqueza, estatus y poder, sino en cosas simples como la ropa, la apariencia, el club o el deporte, hasta asuntos más serios como el trabajo, la vivienda, la familia o la maternidad».
«En un inquietante capítulo de la serie Black Mirror titulado ‘Nosedivé’ —continúa Sergio Fanjul— se muestra una sociedad distópica, aunque aparentemente feliz, en la que la puntuación constante de los demás determina en tiempo real el estatus de una persona. Da miedo, porque esa sociedad no parece tan diferente a esta (en China existe un sistema de crédito social que haría las delicias de cualquier escritor de distopías)».
Y concluye la socióloga Kathleen: «Así se produce una nueva ‘naturaleza’ social que se caracteriza por la frialdad y la indiferencia hacia aquellos que no son ‘útiles’, es decir, aquellos que no pueden contribuir al ‘éxito de uno’. Surge también el miedo a ser uno de ellos: así la competencia y la ansiedad se interiorizan dentro de cada individuo».
Podemos extraer un par de criterios que creo que podemos decir que sí son últimos:
– Indiferencia y frialdad por los que no pueden contribuir al “éxito de uno”.
– La vida cotidiana como un estado de permanente competencia.
Estos criterios nos pueden ayudar a entender por qué en los problemas cotidianos de la vida nos comportamos de una u otra manera o defendemos de una u otra cosa. Ojo, y esto también es aplicable también al terreno religioso. Se puede estar hablando de Cristo y en realidad estar potenciándose a uno mismo minusvalorando al prójimo, con indiferencia o frialdad, porque no actúa como yo quiero o pienso. Es esta una operación muy repetida en una Iglesia mediocre: la reducción de lo divino a la medida propia. La Iglesia desde sus orígenes ha propuesto la conversión personal y la apertura a “algo más grande” que los problemas concretos, como perspectiva del buen camino.
Tenemos que empezar a recolectar estos criterios morales últimos para que cuando veamos que para apoyar nuestras tesis, comportamientos o teorías nos dedicamos a hacer la competencia al prójimo a tratarle con frialdad e indiferencia, se nos encienda la luz roja. Es necesario que ahí paremos un instante, retrocedamos unos pasos y veamos si lo que hacemos está bajo el amparo de un bien o bajo la teoría del embudo: para ti la parte estrecha y para mí la ancha.
Con este ejercicio caminaremos más rápido y mejor y, sobre todo, no utilizaríamos el nombre de Dios en vano.
Chules, 3/8/2022, en La Voz de Córdoba