Nacho Rodríguez lleva 15 años repartiendo bocadillos a drogodependientes en los poblados marginales de Madrid. Lo hace cada viernes porque cree que es un voluntariado “agradable”. Junto a otros voluntarios de la Asociación Bocatas ha hecho, incluso, algún buen amigo. Con droga o sin ella, comparten el mismo objetivo: la felicidad.
Paella, guisos de alubias o lentejas, tarta y, sobre todo, bocadillos. A éstos se debe el nombre de la Asociación Bocatas de Madrid, formada hace 15 años por un pequeño grupo de amigos que decidieron cruzar la frontera al “otro mundo”. En aquellos años el poblado marginal de Las Barranquillas era la capital del país de los muertos vivientes, un arrabal de continuo tránsito de personas que para el resto de la sociedad no eran vistas como tales. La droga había puesto ojeras en sus rostros, callos en sus venas y había alejado de sus agendas una vida normal en el mundo de los demás.
Hace tres lustros Nacho Rodríguez había experimentado los “beneficios” de ayudar a los demás, cuando el cura de la parroquia de San Jorge, cercana al Estadio Bernabéu, en Madrid, invitó a los feligreses más jóvenes a llevar comida a los mendigos y alcohólicos del barrio. Pronto pensaron que esos bocatas, calditos y cafés con los que su madre llenaba algunos termos podrían ser bien recibidos también un poco más lejos de la Castellana, en el mismísimo poblado de Las Barranquillas. Pero también porque en la solidaridad hay un pellizco de egoísmo, según Nacho: “En la gratuidad el primer beneficiario es uno. No digo que haya que hacer las cosas por egoísmo, pero es verdad que si uno va y no vuelve contento a casa es absurdo que repita. En realidad es bueno hacer estas cosas porque a uno le hacen estar más contento. Si uno está más contento, lógicamente seguirá haciéndolo”.
Y así empezó todo. “Nunca hemos tenido la pretensión de solucionarles el tema de la droga. Vamos los viernes, tres horas, y es muy difícil conseguir grandes resultados. Pero hay una cosa fundamental. Es fácil dejar la droga: te metes 15 días en un hospital te curas el mono y luego te metes en un centro. El problema no es dejarlo, el problema es no volver. Porque cuando uno lo deja se termina de curar pero a los tres meses ¿qué pasa? Que echa de menos la droga y es fundamental estar bien acompañado y si uno no lo está vuelve a caer, porque es lo único que tiene. Después de 15 años en Bocatas hemos visto unos pocos milagros: que personas de Las Barranquillas han dejado la droga porque con la compañía que les damos han empezado a cambiar y a revivir. Verdaderamente es un milagro”, sostiene este madrileño de 36 años que imparte clases de biología a chavales de Secundaria.
Este profesor y sus compañeros de Bocatas tienen una cita todos los viernes, ahora contando con el apoyo de más particulares que les posibilitan comida caliente y otras entidades como el Banco de Alimentos y Coca-Cola. Cuando el poblado de Las Barran_quillas dejó de ser el supermercado de la droga de la capital hubo que trasladar el proyecto a la Cañada Real Galiana. Allí acude todas las semanas junto a una treintena de personas con el único objetivo de repartir comida y compañía. Suelen estar desde las ocho y media hasta las 11 y media de la noche. “Es una cosa muy sencillita”, desde la óptica de Nacho.
Trato agradable
El trato con los drogodependientes es “bastante agradable, pues son muy agradecidos. La relación es sencilla pues lo que buscan no es sólo comer y beber sino un poco de compañía de gente normal con la que hablar. Y te cuentan su vida e historias. Suele ser muy cordial”. Pero, “a veces”, dice este voluntario sin darse importancia, su labor sale de ese mundo de zombies del poblado y trasciende los viernes: “Surgen relaciones que van más allá. Y si dejan la droga, como ha sido el caso, surge una relación más entrañable y más profunda. Con tres o cuatro de ellos tenemos una muy buena amistad”.
Quizás esa sea la “droga” que haya atrapado a este grupo de voluntarios para repartir unas 80 raciones todos los viernes en La Cañada. Posiblemente, con la reincidencia semanal de los voluntarios en su labor se hayan eliminado las fronteras que la sociedad impone entre personas de primera, de segunda o quinta clase. Puede que, por el contrario, se esté dando el caso de que los voluntarios sean de los pocos ciudadanos que vean la realidad con los ojos limpios del narcótico del egoísmo. Nacho parece tenerlo claro: “Es importante que exista esta parte de la sociedad, la de los voluntarios. Si sólo es el Estado el que atiende a estas personas, únicamente se trata de trabajo remunerado de una persona que se dedica a atender a otros. Pero cuando está el voluntario, entra en juego otra palabra, que es la gratuidad, y al final las relaciones gratuitas son las más importantes, porque uno da sin esperar nada a cambio”.
Aunque siempre hay recompensa. “Hacer el bien a otras personas surge de forma inmediata. Pero si no hay una razón más de fondo eso no se mantiene en el tiempo”, añade este veterano de Bocatas acostumbrado a relacionarse con colectivos “que nadie quiere”, y que se emociona recordando infinidad de anécdotas que ha vivido.
Nacho cuenta como excepciones ciertos “momentos violentos y tensos”, como cuando un drogodependiente se puso “bastante nervioso”. Había intentado robar uno de los coches de los voluntarios, ellos se lo dijeron y “se hizo el ofendido” acompañádose de “un destornillador”. Lo cuenta como el que no quiere la cosa.
“Pero alguna vez hemos bromeado con ellos, poniéndoles picante en la comida, pues es una relación muy sana y nos echamos unas risas”, matiza aderezando su testimonio con otra gracia: “Cuando venía algún voluntario nuevo a repartir comida le decíamos a un amigo drogadicto que le metiese miedo. Y el otro se lo llevaba a un rincón…”
En resumen, concluye Nacho, “lo que fundamentalmente descubres es que la necesidad de ellos se parece mucho a la necesidad propia. Ellos tienen que comer y nosotros estamos satisfechos en esa necesidad, pero en el fondo buscan lo que nosotros, ser felices”. Lo rubrica un voluntario que lo es todos los viernes dando bocatas y conversación en las fronteras de la gran ciudad.