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Sando, ex-drogodependiente, hoy en Bocatas

Jesús, Sando para los amigos, 48 años, era un rostro habitual en las Barranquillas, el mayor supermercado de la droga en el Madrid de los años 90. Vivía allí mismo en una tienda de campaña, totalmente enganchado. Hoy, varios años más tarde, ya curado, vuelve cada viernes por la noche con sus amigos del grupo Bocatas, para dar bocadillos y compañía a los drogodependientes de hoy. Su modo de salir de la droga es un auténtico tratado de eclesiología, de cómo fundó Jesús la Iglesia: haciendo amigos.

Jesús, ¿cómo fue tu infancia?

Mi infancia ha sido buena, pero cuando tenía 15 ó 16 años, no tenía autoestima, no estaba contento con mi forma de ser. No me quería a mí mismo. Y mi forma de levantar esa autoestima fueron las drogas, me hacía más efusivo, era lo que entonces se pensaba. Empecé a tontear con el chocolate, la marihuana, las pastillas… A veces incluso las vendía en el colegio.

Había gente a la que le gustaba leer y se iba a la biblioteca; y otros que se iban al parque con los colegas a fumar porros. A mí lo primero me aburría, así que me metí en lo segundo. Me parecía más atractivo, sin darme cuenta de lo que me vendría después. Con un porro y un litro de cerveza estaba como un gallo, iba para un lado y para otro, hablaba con este o con aquel… No vivía la sencillez.

¿Qué te faltaba?

Me faltaba creer en mí mismo, quererme, saber que Dios me quiere y saber que lo que quiere es un bien para mí, que sea sencillo y normal.

Y te fuiste metiendo poco a poco en ese mundo…

La cuestión es que las drogas siempre te piden más drogas. Te atraen porque te evaden de los problemas, y vas subiendo poco a poco en la escala de las drogas. Empiezas a tomar LSD, los tripis, la coca, el caballo…, drogas ya duras. Y entras al cabo de un tiempo en una línea circular: cuando quieres cortar es imposible, necesitas más drogas. Estás enganchado. El día que no tienes droga estás jodido.

No te puedes imaginar lo dura que es la droga, todo lo que haces sufrir a los demás, engañas a todo el mundo, a tu familia, a la gente que quieres…

¿Qué te decía tu familia?

sando, vicario y copito
Sandokan, D. José Luis Segovia (Vicario de Pastoral Social) y D. Jorge “Copito” en Bocatas

Cuando yo tenía 34 años se mueren mis padres, con un año de diferencia, y me hundí un poco más. Yo para entonces ya estaba bastante metido en las drogas. Les quería mucho, aunque no llevaban bien que estuviera en ese mundo.

Te intentarían ayudar…

Claro, lo que pasa es que si tú no lo ves, nadie te puede ayudar. La gente a veces hace cosas porque no se quieren a sí mismo. Eso es lo que me pasaba a mí.

¿Trabajabas por entonces?

Yo tenía un bar con unos socios, pero la vida no me llenaba. Tenía dinero pero lo malgastaba todo en perjuicio mío. En lugar de gastarlo en disfrutar, en ayudar a los demás, en cosas que de verdad te ayudan a vivir, lo que hacía era gastarlo en vicio, en perjudicarme a mí mismo. Estaba en una espiral en la que después, tras la muerte de mis padres, ya pierdo el norte.

Después conocí a unos amigos que frecuentaban mi bar pero que venían a pedir comida, eran toxicómanos. Me dio entonces por probar la coca y el caballo. Yo mismo entré al trapo. No sabía disfrutar de la vida; tenía dinero, pero me faltaba la sencillez de la vida. No disfrutaba de una conversación como ésta; entonces yo sólo podía tener una charla contigo si estaba colocado. Sólo así me creía persona.

Me enganché del todo y me metí más y más. Hasta el punto de que me fui a vivir al poblado, al supermercado de la droga que entonces era Barranquillas. La droga es muy cara y siempre quieres más, y me arruiné. Cuando te arruinas y estás enganchado lo que haces entonces es irte a vivir al poblado, con una tienda de campaña. Dejé mi trabajo, mi casa y mi familia.

¿Y en el poblado que hacías?

Básicamente, buscarme la vida. Te sale entonces el instinto de supervivencia. Llevas a la gente que llega a pillar a donde sabes que hay mejor droga. La gente llegaba en coche y te preguntaba: «¿Donde pillamos?», y tú les llevabas y luego te pagaban en droga. Como yo, un montón de chavales que hacían lo mismo. Te pagaban una micra de droga, la dosis mínima, lo que necesitabas para quitarte el mono.

sando, trunchez, nacho y chules
Sandokan, Trúnchez, Nachito y Chules

Y así todo el día…

Claro, y también vendía papel de plata, o jeringuillas. O hacía de «machaca».

¿Qué es eso de «machaca»?

Hacer de «machaca» es hacer chapuzas para la gente que vende la droga: poner unos ladrillos, mover cosas… y te pagaban en droga directamente. De hecho, Valdemingómez se ha construido gracias a los «machacas»; son ellos los que han construido todas esas casas.

¿Como esclavos?

Así es. Les daban un bocadillo para tirar y droga. Y ellos iban y hacían las casas.

Madre mía…

Es una dinámica en la que la vida ya no tiene sentido. Lo más básico del ser humano pasa a un segundo plano; la higiene, la limpieza, la alimentación, sólo comes bollos, colacao, etc. Yo tenía una úlcera en un pie enorme y no me la curaba. Hay muchas enfermedades. Yo, por ejemplo, tengo el VIH, porque un día no recuerdo cómo pero compartí una jeringuilla. Cuando tienes el mono, no piensas: «Voy a una farmacia». Estoy con medicación y estoy muy bien. Es algo más crónico.

¿Cuánto tiempo estuviste en una tienda de campaña en Barranquillas?

Doce años, buscándome la vida, arriba y abajo, y con una desazón muy grande…

Y entonces llegaron los de Bocatas…

Yo sabía que iban por Barranquillas todos los viernes. Iban por allí a dar de comer y a dar compañía. Yo lo que quería era compañía, porque siempre he tenido una carencia de cariño, eso es lo que he sentido en mi vida. Hablaba con ellos y eso me llenaba para toda la semana. También me gustaba mucho cuando rezaban en círculo y explicaban por qué estaban allí. Me daba cuenta de que Dios nos quiere, porque venía a los que vivíamos en el subsuelo, en lo más bajo que hay.

Recuerdo que mis amigos se piraban, cogían el bocata y decían: «Vámonos a robar». Pero yo me quedaba. Estaba flipado, con la boca abierta: «¿Es posible que haya gente tan buena?»

¿Cómo saliste de la droga?

Sando, Cabello y Lucía en Bocatas
Sando, Cabello y Lucía en Bocatas

Tienes que pedirle al Señor. Tienes que querer. Que yo he recaído también, ¿eh?… He pasado por varios centros. Yo sé que el Señor me quiere, pero también yo tengo que poner mi parte. Él siempre está ahí, pero si yo no cumplo con la parte que me corresponde… Yo con la Iglesia he aprendido a pedir ayuda, darme cuenta de las cosas, reconocer que no puedo con todo. Saber dónde flaqueo.

Y también he aprendido con la Iglesia a que la vida hay que vivirla muy sencilla, sencilla y natural. Empezar la casa por abajo, no por el tejado. ¿Y cómo se empieza la casa por abajo? Pegándote a buenas amistades, juntarte con gente que te hace bien. Porque uno por sí solo no puede construirse su casa, su vida. Tiene que ser en compañía de amigos que te ayuden. A mí me ha ayudado Bocatas, Chules, Nachito, Catalá, Copito, Jesús, Silvia… y un montón más. Dios existe y está presente, y aquí en la tierra le vemos a través de esas personas.

Si la vida es tan bonita, ¿por qué autodestruirte? Y si esto no lo ves, entonces pégate a gente que lo ve. ¡Qué contento se pondrá el Señor cuando ve a uno de sus hijos que crece, que avanza y se construye como persona! ¡Qué bonito es cuidarnos unos a otros! Para mí mis amigos son un amor bueno, un abrazo de Cristo. Eso es lo que hace que la vida tenga sentido. Hoy estoy agradecido, pero la palabra «agradecido» es poco.

Fuente: Alfa & Omega
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
27 de octubre de 2015