Queridos bocateros y demás gente que lea esto:
Mi primera experiencia en bocatas fue cuando era muy pequeña y todavía íbamos a las Barranquillas. Por esa época mi padre se juntaba con vosotros y quiso enseñarme un día en Bocatas, tal y como más adelante viviría yo con 27 años. Él tocaba la guitarra y nadie parecía escandalizado por ver a todos esos drogadictos andando por suelo embarrado. Yo simplemente seguí las indicaciones y serví zumos. Me gusto ser útil y fue algo que nunca había hecho y lo hicimos con tanta naturalidad que se me quedo grabado como algo de mi vida que habría hecho sin más. Sin esfuerzo y sin miedo.
A los 23 años conocí el mundo tal y como era, con mucho mal.
Con mis 23 años había padecido injusticias en la vida, como todos, injusticias normales. Pero despertó mi conciencia y la injusticia y el desequilibrio en el mundo me inundaban. Me llené de dolor y luego de ira. Un hueco se formó en mi corazón, primero, porque yo no podía hacer nada para cambiarlo, ni le veía el sentido a intentar hacerlo porque me veía tan insignificante que pensaba que mi obra pasaría por alto. Y luego me llene de odio al ver que tanta gente que no compartía ese sentimiento de caridad conmigo. Me hice amiga de personas que me oían hablar de la injusticia y me decían que así era la vida. Todos parecían saber de qué iba esto. Yo empecé a autodestruirme intentando llenar el vacío. Pensé “desde este momento no quiero formar parte de la normalidad”. Me radicalicé contra el sistema, empecé a rechazar los convencionalismos hasta tal punto que hablar y contestar me parecía un convencionalismo.
Empecé a saltarme todas las normas y a intentar siempre ir en contra del sistema. No sabía a donde ir y empecé a hacerme esclava de mis decisiones. Deje de hablar, deje de dormir, dormí en las calles, no quería nada, me vi sola, completamente. Estábamos yo y el hueco en mi corazón.
Caí enferma. Cambie de táctica; empecé a hacer lo que hacía todo el mundo: nacer, crecer, reproducirse y morir. Y entremedias trabajar. Empecé a contestar cuando me hablaban, seguí por sacarme mis estudios, luego trabajar..bla
bla bla. Ahora tenía 26 años y mi vida era un sin sentido que estaba normalizado. El desequilibrio en el mundo ya no me importaba y ahora solo me importaba que mi vida era vacía y que mi vida no tenía sentido. Quise tomar cartas en el asunto, me puse metas productivas, como sacarme un master, estudiar idiomas, etc.., pero ese maldito hueco seguía ahí, yo ya sabía que todo eso no lo llenaría.
Decidí ir a Bocatas.
Decidí abrirme a compartir una experiencia con la gente que me encontraba. Encontré personas sonrientes y con ganas de hacer lo que venían a hacer, con un slogan en la camiseta que decía “siempre libres”, y como por inercia hice lo que hice aquella primera vez, y fue tan fácil que me impacto. Vi también a los toxicómanos, que me sonaban a un aspecto autodestructivo familiar en mí. No lo pensé demasiado pero volví.
Volví con ganas de hacerlo otra vez. Un viernes en bocatas consiste en Estar. Tal vez ayudas con el emplatado o a cargar la furgo pero había una paz en estar ahí que no había encontrado más que en un hogar tierno. De repente un día fui consciente de esa paz, porque alguien la menciono. Dijo que era Dios gobernando. Eso fue lo primero, en todo mi camino, que reconocí como una verdad infinita. Entonces esa verdad empezó a llenar mi corazón. Mi hueco y mi alma se vieron consolados de saber que el Amor se encontraba en los sitios más recónditos, en la enfermedad, en los corazones rotos y desamparados, en los perdios.
Caí en la cuenta de que hacer eso, el mero hecho de presenciar el amor de Dios en una caritativa era lo que me reconfortaba.
De pronto, como con cuenta gotas, me fui acordando de cosas que había oído en Comunión y Liberación, como que el corazón del hombre era como una brújula y, al mismo tiempo encontraba la paz en los bocateros. mi brújula apuntaba a bocatas y así fue como empece a hacerme libre, con ellos, haciendo algo que casi pasaba desapercibido.
Empecé a conocerlos. De repente me encontraba ya en una panda de amigos que hacían caritativa y yo empezaba a tener a dios siempre presente a mi alrededor. Me lo llevaba a casa y a mi soledad. Recordé cuando estaba sola y me sentía sola y entendí que eso era lo único que necesitaba. Echo la vista atrás y me encuentro completamente deshidratada y sedienta de Cristo a mi alrededor y en mi vida. Perdida por querer controlar mi camino. Caí en la cuenta de que estaba involucrada en un plan divino en el que yo había sido especialmente pensada, que todo había tenido un sentido muy especial. Pensé “dios mío, menuda ciencia ésta de pensar en todo lo que iba a pasarme hasta aquí, que todo haya sido por algo, absolutamente todo hasta el más mínimo detalle”. Y caí en la cuenta de que dios había enrevesado mi vida hasta llegar a encontrar su amor. Pensé que esto, mi vida, había sido una maraña que me habría sido imposible descifrar. Aquello me pareció todopoderoso y un amor gigante.
Aprendí de humildad. También aprendí que yo no soy dueña de mi vida. Me quite una losa muy muy pesada solo de pensar que yo no decidía sobre mi vida y que mi camino iba a acabar bien porque Él lo manejaba. Algo bonito que me pasó en la caritativa es que aprendí a ver a Dios en la belleza de las cosas bien hechas y con amor. Empecé a conocer a Dios y os diré que Dios tiene TOC. Le gusta la perfección. Jaja. Ahora solo quiero ser libre y encontrármelo en todas partes.
En fin, ya no puedo eludir esta verdad que tanto necesitaba.
Ahora sé que Dios está presente y puedo decir que su amor se desparrama en Bocatas.
Puedo decir también, y para terminar, que Dios ha encontrado ese hueco en mi corazón y que lo acaricia con mucha ternura y cuidado.
¡SIEMPRE LIBRES BOCATEROS!
Saludos 🙂
Isa Marqués