El arzobispo de Madrid, don Carlos Osoro, pasó la noche del viernes repartiendo bocadillos a los drogadictos de Cañada Real, junto a los miembros de la ONG Bocatas

sando, vicario y copito
Sandokan, D. José Luis Segovia (Vicario de Pastoral Social) y D. Jorge «Copito» en Bocatas

Monseñor Osoro estuvo repartiendo comida, acompañando y hablando con los drogadictos y los gitanos que se acercaron, como cada viernes, a los miembros de la ONG Bocatas. «Fue muy bonito y don Carlos estuvo como uno más, hablando con todos. Le presentamos a nuestros amigos y él estuvo muy cercano, como un padre, dándonos las gracias por todo lo que hacemos y animándonos a seguir haciéndolo», afirma Jesús de Alba, Chules, uno de los fundadores de Bocatas.

El arzobispo de Madrid «demostró una gran paternidad, salvando cualquier tipo de distancia», y les confesó que «él también tenía la experiencia de acompañar a personas con problemas de droga, de abrir casas para presos, porque se había dado cuenta de que la gente está muy sola; nadie les acompaña cuando logran salir de la droga y por eso muchos vuelven a caer. Sin compañía, la gente vuelve al agujero negro de donde salieron», señala Chules.

Esta salida surgió por iniciativa del propio Chules: «Le envié un carta para invitarle a que viniese con nosotros una noche, para que nuestra gente pudiera conocer la realidad de la Iglesia, que es cercana y que puede ser tan importante para su vida como lo es para nosotros».

Así nació la Iglesia

Bocatas nació hace veinte años en los bajos del complejo de negocios Azca, entonces una de las zonas más conflictivas de Madrid, cuando tres amigos decidieron repartir bocadillos y ropa a indigentes y drogodependientes. En la actualidad, los amigos de Bocatas siguen haciendo lo mismo cada viernes en la Cañada Real.«Nosotros damos bocatas, pero damos también nuestra amistad, porque las necesidades de estos chicos no son tanto materiales, como de relación, de amistad. En realidad, así nació la Iglesia, Cristo empezó siendo amigo de los apóstoles», reconoce Chules.

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Además, esta amistad «es un don de Dios, porque llevamos veinte años haciendo esto cada viernes, y sobre todo estamos abiertos a cualquiera que quiera venir, incluso gente con problemas en su vida personal que quiera ayudar un poco a los demás. En estos veinte años hemos comprobado cómo el Señor y la Iglesia sanan la vida de todos, no sólo de los drogadictos, sino también de muchos amigos con crisis personales que nos han acompañado».

Y lejos de pensar en resultados, Chules destaca que «nosotros nos movemos por el amor, no por los rendimientos que podamos obtener. Siempre hemos tenido claro que los frutos son siempre del Señor. Si hemos tenido la fortuna de ver a algunos amigos salir de la droga es porque Cristo existe, y los frutos son suyos».

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
21 de septiembre de 2015