Eric Clapton es uno de los músicos más grandes de todos los tiempos, habiendo conquistado con sus potentes canciones a los amantes del blues-rock. Como la gran mayoría de los que se movieron en el mundillo de la música y, en especial, del rock n’ roll, Clapton cayó en las drogas, y tuvo una especial adicción a la heroína, la cocaína y al alcohol. Gracias a Dios, Clapton se rehabilitó y continuó su vida y su carrera profesional «limpio». A continuación os dejo un fragmento de su Autobiografía en el que cuenta una experiencia preciosa: cuando, una noche en un centro de rehabilitación por su adicción al alcohol, sintió una soledad y una desesperación profundas y cayó de rodillas, llorando y se rindió. Es el relato de su conversión. Años más tarde escribiría una de sus mejores canciones: Holy Mother, dedicada a una Madre a la que, de rodillas y desesperado, se ve obligado a pedir ayuda a base de gritos y punteos de guitarra desesperados. No tiene desperdicio. Escuchad la canción, leed la letra y leed lo que cuenta Clapton de aquella noche oscura en la que tuvo que rendirse de rodillas ante el Misterio para pedir ayuda a su Holy Mother.

Holy Mother, where are you?
Tonight I feel broken in two.
I’ve seen the stars fall from the sky.
Holy Mother, can’t keep from crying.

Oh I need your help this time,
Get me through this lonely night.
Tell me please which way to turn
To find myself again.

Holy Mother, hear my prayer,
Somehow I know you’re still there.
Send me please some peace of mind;
Take away this pain.

I can’t wait, I can’t wait, I can’t wait any longer.
I can’t wait, I can’t wait, I can’t wait for you.

Holy Mother, hear my cry,
I’ve cursed your name a thousand times.
I’ve felt the hunger running through my soul;
All I need is a hand to hold.

Oh I feel the end has come,
No longer my legs will rise.
You know I would rather be
In your arms tonight.

When my hands no longer play,
My voice is still, I fade away.
Holy Mother, then I’ll be
Lying in, safe within your arms.

Traducción

Madre Santa, ¿dónde estás?
esta noche me siento partido en dos,
he visto las estrellas caerse del cielo,
Santa Madre, no puedo evitar llorar.

Oh, necesito tu ayuda esta vez,
para pasar esta solitaria noche.
Dime por favor qué camino coger
para encontrarme de nuevo a mí mismo.

Santa Madre, escucha mi oración;
sé que, de alguna manera, todavía estás ahí.
Por favor, dame algo de paz de espíritu;
llévate este dolor.

No puedo esperar, no puedo esperar, no puedo esperar más tiempo.
No puedo esperar, no puedo esperar, no puedo esperarte a ti.

Santa Madre, escucha mi llanto;
he maldecido tu nombre cientos de veces,
He sentido la ira corriendo por mi alma.
Lo único que necesito es una mano que agarrar.

Oh, siento que ya ha llegado el final
mis piernas no correrán más.
Tú sabes que preferiría estar
entre tus brazos esta noche.

Cuando mis manos no toquen más,
se pare mi voz, y me desvanezca.
Santa Madre, entonces estaré
acostado, a salvo, en Tus Brazos.

Pasaje de su autobiografía:

«Sin embargo, durante el mes de tratamiento fui dando tumbos de forma muy parecida a la primera vez, simplemente tachando los días, con la esperanza de que algo cambiara dentro de mí sin que tuviera que hacer mucho. Entonces, un día, cuando la visita llegaba a su fin, me asaltó el pánico, y me di cuenta de que en el fondo seguía exactamente igual y que iba a regresar al mundo completamente desprotegido. El ruido dentro de mi cabeza era ensordecedor, y la bebida ocupaba mis pensamientos todo el tiempo. Me conmocionó darme cuenta de que estaba en un centro de desintoxicación, se suponía que en un ambiente seguro, pero que yo me encontraba en grave peligro. Estaba absolutamente aterrorizado, desesperado.

En ese momento, casi por impulso propio, mis piernas cedieron y caí de rodillas. En la intimidad de mi cuarto supliqué ayuda. No tenía ninguna noción de a quién pensaba que le hablaba, sólo sabía que ya no podía más, que no me quedaban fuerzas para luchar. Entonces recordé lo que había oído sobre rendirse, algo que pensaba que nunca haría, que sencillamente mi orgullo no permitiría, pero supe que nunca conseguiría salir solo, así que pedí auxilio y, puesto de rodillas, me rendí.

A los pocos días me di cuenta de que me había ocurrido algo. Un ateo dirá con toda seguridad que solo consistió en un cambio de actitud, y hasta cierto punto eso es cierto, pero se trataba de mucho más que eso. Yo había encontrado un lugar al que dirigirme, un lugar que siempre había sabido que estaba ahí pero en el que nunca había querido, o necesitado, creer. Desde ese día hasta hoy, nunca he dejado de rezar, por la mañana, de rodillas, para pedir ayuda, y de noche, para expresar gratitud por mi vida y, sobre todo, por mi sobriedad. Elijo arrodillarme porque siento que necesito humillarme cuando rezo y, con mi ego, eso es lo máximo que puedo hacer.

Si te estás preguntando por qué hago todo eso, te diré que… funciona, tan sencillo como eso. Durante todo el tiempo que llevo sobrio, ni una sola vez he pensado en serio en beber o en drogarme. No tengo nada en contra de la religión, y crecí sintiendo una gran curiosidad por las cuestiones espirituales, aunque mi búsqueda me alejó de la iglesia y del culto en comunidad para conducirme al viaje interior. Antes de que comenzara mi rehabilitación, encontré a mi Dios en la música y en el arte, con escritores como Hermann Hesse, y músicos como Muddy Waters, Howlin Wolf y Little Walter. En cierta manera, de algún modo, mi Dios siempre estuvo ahí, pero ahora he aprendido a hablar con él».

Eric Clapton, Clapton: La autobiografía, Global Rythm Press, 2008, págs. 237-238.